La Hna. Rosalind trabajaba visitando enfermos y ancianos a domicilio en una ciudad de Estados Unidos. Un día iba con su cochecito de aquí para allá, haciendo sus visitas y atendiendo a las necesidades de sus visitados. En una de éstas se le paró el coche en una calle. Se había quedado sin gasolina. Pero, por suerte, una manzana y media más allá había una estación de servicio. Buscó en su coche algún recipiente para traer la gasolina, pero sólo encontró un orinal que llevaba a un paciente.
Ni corta ni perezosa nuestra monjita se fue caminando con el orinal hasta al estación de servicio, lo llenó de gasolina y volvió a su coche. Mientras echaba el amarillento líquido del orinal al depósito de gasolina del coche, dos hombres miraban asombrados a cierta distancia. Unos se volvió al otro y le dijo muy impresionado: "Si arranca ese coche, ¡me hago católico!"
Nota: anécdota extraída del Taco del Sagrado Corazón de Jesús (Ediciones Mensajero)
jueves, 29 de julio de 2010
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